viernes, 6 de septiembre de 2013

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"Me preguntaste qué era el amor".

Mojé mis labios, rotos por tantos besos, fumé viento y lo solté por la nariz, te miré. ¿Alguna vez te dijeron que tus pupilas son más negras que las noches en las que la luna muere? ¿Es por cuanto callas o por todo lo que te dices a ti misma en esas noches, dulce rubia? Teníamos la misma sonrisa torcida, incluso al llorar, la misma sonrisa que dice "la muerte no es lo peor que podría pasarme". ¿Qué era peor, rubia?

Aún suspiro al recordar cómo me preguntabas cada madrugada qué era el amor, por qué lo buscábamos... siempre dedicaba una sonrisa a tus inocentes interrogantes, tiraba los dados, el juego volvía a comenzar y nuestra caza se extendía otro año más. Éramos buenos amantes a los que las bocas de los extraños transformaron en excelentes depredadores, caímos en un ciclo vicioso que más tarde adoraríamos, conquistar corazones es adictivo, poseerlos era nuestra vida. Nuestros ojos dejaron de vislumbrar personas y comenzaron a ver metas, empezamos a clavar los dientes sin morder y tú comenzaste a comprender la astucia poseída por una lengua sobre la carne y la elegancia de las palabras sobre el papel, eras la cazadora perfecta.

Entonces, ocurrió. Despertar un día, verte en brazos ajenos y romperte porque no eran los brazos que te habían salvado en tus pesadillas, sentiste el frío de la máquina y como tu cabello era su metal, sentiste al humo de tu cigarro tornándose vapor, el corazón que albergaba tu pecho se convirtió en carbón. Rubia, por fin abriste los ojos y comprendiste tu maquinaria, los cerraste y no pudiste evitar aceptarlo, somos ludópatas a fin de cuentas... darnos cuenta fue lo peor que podría pasarnos.

Rubia, sentiste que el amor era lo que perdiste.
Rubia, sentiste que el amor estaba muerto.