miércoles, 15 de junio de 2016

Un mar de lágrimas en el que nadar.

Tráeme de vuelta al océano.

Necesito ver las montañas entre las que rodeado crecí, oír a la voz del viento. Añoro mi hogar, mi tierra, mi gente. ¿Qué vine a buscar aquí? ¿Era el amor por lo que dejaba? Destino, lo sé, he sido caprichoso, pero llévame de vuelta a casa, llévame sano, bien, en los brazos de la brisa que se mezcla con la sal y junto a la música de todos los corazones de aquellos que habitan la tierra de perros y que laten como tambores sincronizados, ayúdame a alcanzar una victoria en este patético camino que dice llenar mi mente cuando solo la satura. Quiero reencontrarme con los árboles, conmigo mismo, con mis sueños. ¿Cómo lo hace nuestro ego para evitar reconocer que lo que más feliz nos hace es lo más primigenio? Con todo este viaje lo veo, los cielos no son todos iguales, por eso devuélveme al mío, al cielo en el que pertenezco y no soy disonancia molesta sino un instrumento que útil y que con propósito se siente.

El mundo se cae, ¿solo lo aprecio yo o solo yo lo temo tanto? Siempre fui demasiado sensible a las verdades pero nunca pude evitar encontrarlas, ¿encontraré otra vez a aquél chico que deambulaba por las calles con los céfiros como guías, tendré la suerte de verme entre el verde de la laurisilva y quedarme en ella para siempre crecer y respirar el aire que lleva la voz más pura? Vida, ¿para qué me formaste a mí, a un simple punto que su propia existencia cuestiona y le conduce a la duda de si no es todo un sueño? Déjame volver, por favor, déjame volver a vivir rodeado de primavera, de metáforas vueltas realidad en un paraíso en el que quizás nunca debí haber despertado, el Edén del que me expulse para de la manzana poder comer.

La verdad más dolorosa fue entender qué era el Paraíso, que siempre había estado ahí.
Mi tierra, el corazón se encoge deseando nuestro reencuentro, la nostalgia es ahora mi océano.
Vida, tráeme de vuelta.