martes, 18 de septiembre de 2012

Asdfghjkl.

Aquel ladrón adoraba las manzanas.

Sobre todo si las había robado del huerto de una persona hermosa y podía comérsela en la copa de un árbol, mientras el viento le revolvía el cabello y su mirada se cruzaba con la de la víctima del robo. Adoraba cerrar los ojos e imaginar que pasaría si se quedaba dormido ahí. Siempre pensó que si pasaba caería del árbol y la persona de la casa saldría a ver quién o qué era, digo "qué" porque en esa época habían infinidad de dragones salvajes. Los dragones no eran realmente peligrosos, pero si estornudaban chamuscaban los cultivos y se pasaban años de verdadera hambre. La gente les odiaba por eso, aunque los dragones no eran ni conscientes de ese odio, así que levantaron un muro inmenso para protegerse.

Al ladrón le gustaban sobre todo las manzanas de color verde, amaba que estuvieran ácidas. Le recordaban que la vida no siempre era dulce, pero que no por ello debía dejar mal sabor de boca, una metáfora tonta pero que le había mantenido las ganas de vivir después de que el viento dejara de soplar, debido a los altos muros que "protegían" la ciudad. Además, esas manzanas le recordaban a su amigo de la infancia.

Este amigo había muerto, robando manzanas, algo extraño. Cayó de la misma rama en la que el ladrón estaba sentado comiéndose su última manzana, con una de color rojo y robada en la mano izquierda a medio comer. Al parecer, el viento sopló muy fuerte y cayó mientras estaba casi dormido del todo. Hay personas que dicen que si los muros no se hubieran hecho, los dragones podrían haber estado cerca de él y haberle salvado. Los dragones adoraban salvar gente.

Igualmente, seguro que murió feliz, porque ese ladrón adoraba las manzanas rojas.

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