Leía hasta la última palabra que nadie quería escuchar.
Buscaba en libros llenos de polvo promesas que se repetían a lo largo de todas las novelas en las que damas y caballeros, todos ellos ataviados de una manera demasiado elegante para este mundo, morían escupiendo sangre como cualquier enfermo moribundo. Lo que a él más le gustaba de sus escenas finales es que estos personajes, a pesar de todo lo que aparentaban, por su pobre ética acabaran convertidos en viejas putas y caballos débiles.
En los libros que leyó, aunque se hablaba de la muerte y la degradación humana, no se mencionaba como evitar tocar fondo o como poder evitar los errores a los que todos hemos recurrido en algún momento. Solo se decía que había un castigo y que en la vida solo se recompensaba a aquellos que no disfrutaron de sus bocanadas de oxígeno, sino que se rindieron a la oscuridad eterna (a la que por supuesto, llegaban a través de la asfixia).
Llegó hasta el último párrafo escrito, buscando respuestas, preguntas, algo que mereciera la pena. Pero nada lo hacía, todo le devolvía al mismo punto y ni si quiera las hojas que caían del primer otoño del año, porque es otoño más de una vez, le parecían suficiente razón para sentir algo parecido a las palabras que no recordaba de su niñez.
En su lecho de muerte, pidió una hoja en blanco y una pluma para poder escribir la solución que buscó durante tantísimos años, algo de lo que nadie más se daría cuenta. El blanco de la hoja quedó virgen y una sonrisa pícara se dibujó en su rostro, mientras en el iris de sus ojos se dibujó el infierno al que prefería ir.
Murmuró por último: "Quizás respires azufre por todo lo que sabes, pero es mejor que no respirar nada".
Nadie lo entendió, pero de todos modos solo él debía hacerlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario