Ese es el momento en el que piensas: "¿son demasiado duras mis manos o es que mi cuerpo está recubierto de espinas?". Cuando ves la felicidad delante de tus ojos, te reflejas en ella, te sonríe. Cuando la tienes ahí delante y notas su respiración en tu cara, ese beso que parece que nunca va a acabar. Cuando la tocas, parpadeas y de repente ya no hay nada, miras a tu alrededor y ves que estás solo en medio de la oscuridad, que no hay viento, nieve, rosas, melodías, palabras, arena, sirenas ni cenizas.
Miras al frente y la vuelves a ver, más lejos. Das un paso y sientes que te estás hundiendo, pero tú avanzas para volver a tocar eso que te hace sentir realmente bien. Continuamente ocurre eso, continuamente me hundo y no consigo levantarme. Me estoy ahogando con los recuerdos y con los sentimientos, me estoy ahogando y debajo de ellos no puedo moverme.
Luego viene el viento que pensé que nunca volvería. Vuelve y me saca de ese fango viscoso y pesado, me dice que vuele hacia ti, que vuelva a abrazarme a tu reflejo. Me abrazo a ti, te vuelves a romper, los trozos de cristal se me clavan en la piel y caigo de nuevo. Ahí me siento y recuerdo más. Murmuro una plegaria al tiempo y me intento poner en pie.
El tiempo viene, me toca y me rompe a mí.
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