jueves, 16 de mayo de 2013

Someday, it will end.

Creía que no había nada peor que una tormenta y me encontré a mí mismo.

Me encontré solo, en medio de una ciudad en ruinas que nunca fue habitada, sostenía pedazos de cristal y los dejé caer entre sonrisas, con el viento envolviendo cada pedazo. Me encontré solo y me intenté abrazar a mí mismo, pero las manos me sangraban y la sangre me ardía cada vez que las gotas resbalaban por mi frágil piel llena de cicatrices. El viento solo envolvía a lo que estaba roto y yo parecía no haberme quebrado lo suficiente para unas palabras de ánimo, mis pies descalzos caminaban solos por los pedazos de recuerdos. Dejé de sentirlos.

El frío y la nieve se convirtieron pronto en mis únicos aliados, encontrar rosas amarillas bajo piedras era emocionante, las disonancias eran una costumbre. Y quién podría haberme hablado de futuros cuando sostenía mi muerte en la mano, quién tenía sed con aquél fuego en botella... nadie tenía nada. Y eso era usual, los rostros desesperanzados de quienes no creían en nada más que en el momento que estaban viviendo, esos rostros me llevaron a no creer en nada más que en lo que sentía cada segundo, el miedo se apoderó de mí.

Mientras andaba solo, encontré cuanto perdí, perdí porque no quería pensar que estaba listo para ganar, porque todo era muy fácil y lo difícil era lo que me había importado el día que se alejó. Se fue quizás porque mi aliento a ron barato no era sinónimo de una buena vida, quizás porque el hecho de que por mis ojos saliera vodka en vez de lágrimas denotaba cobardía. Me aislé en mi ciudad en ruinas, en la que no había querido habitar nadie, me refugié y nunca miré más allá de las verjas que separaban mi realidad de la del resto. No volví a mirar al cielo, no volví a la costa.

No había nada peor que una tormenta, hasta el día que me desperté y no estabas.
No había nada peor, no hasta que amanecí sin razones para hablarte.

   

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