Debajo de mi cara hay una farsa.
Estos huesos de mi rostro se moldearon en una jaula dorada, la misma que atrofió mis alas y me enseñó a cantar. El silencio es un látigo con el que azotar mi ego cada mañana y a la luz de la luna, cuando termino se antoja lazo con el que adornarme. Tomo la soga, la enredo y le doy vueltas hasta hacerla un collar en el que colgar las cosas más importantes como recuerdo.
Y dime, ¿qué tal me queda?
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